es donde aprendemos a no ahogarnos.
Pálidos aromas de las cenizas que sutilmente
diluyeron el remolino del cielo
al corazón recluso
postrado en tu respetable retrato
indeleble de amnesias despistadas.
He ahuyentado el zumbido de las moscas de la plaza.
Pero los rayos de su emboscada traman en
dar rodeos a la resolana dividida de luz que
el Astro impetuoso regalo a los lejanos,
por esos silencios concebidos
por la desnudez del esmalte gris.
Por eso el veneno muere por hallar
los hilos firmes de la gloria
y la vanagloria sin fin.
Desconocen el más puro hábitat
del alma invisible.
Por eso siguen viviendo con el reojo del celo.
El veneno de las moscas muere por hallar
los hilos firmes de la gloria y la vanagloria sin fin.
Desconocen el más puro hábitat del alma invisible.
A los cánticos falaces de los sordos y mudos
pertenece la necesidad del rastrear
el florecimiento de los ojos.
Y no saben que corren en el campo de la ceguera.
Y no saben que el giro hacia el umbral de la alborada
está justamente a sus espaldas.
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